«Gattaccio! Scendi!»
Dallo studio, immersa nell’ennesima traduzione, sento le urla di Alessandra, la mia secondogenita, che inveisce contro Marlon, il micione ex-randagio, attualmente re del divano di casa.
Fuori, un timido sole settembrino scalda il vuoto della giornata senza Giorgio, il grande e ormai un uomo, partito per l’università: temerario, tenero, toccante.
Chi l’avrebbe detto che la sua mancanza avrebbe ferito con queste fitte che arrivano a tradimento? Non so se il dolore nasce dalla convinzione che ormai ha spiccato il volo e la vita non sarà mai più come prima, o dalla semplice angoscia degli anni che passano come lampi in un temporale estivo. E dal dubbio che questi figlioli non me li sono goduti, non li ho amati e cresciuti come avrei dovuto. Come avrei potuto.
Alessandra si è subito appropriata del nuovo ruolo di figlia unica, ruolo ambito per 16 anni e adesso tutto suo, perlomeno fino al ritorno del “big brother” per le vacanze.
I suoi umori si alternano tra la soddisfazione di avere finalmente soggiogato mami e papi, e la solitudine di chi non si era resa conto di quanto amasse il fratello. Adesso chi le spiegherà il latino? Più importante, chi le presterà il telefonino quando la sua scheda è scarica?
Sento dei passi avvicinarsi, gatto Marlon che protesta … «Mammina, hai visto quant’è carino? Senti, ma il tuo cellulare mica ti serve in questo preciso momento?»
Alessandra una soluzione l’ha trovata. E Marlon, dalle sue braccia, mi fissa con sguardo laconico.
| "¡Gatucho! ¡Baja de ahí!"
Desde el estudio, inmersa en la enésima traducción, oigo los gritos de Alessandra, mi segunda hija, que arremete contra Marlon, el gato ex-vagabundo, en la actualidad rey del diván de la casa.
Fuera, un tímido sol septembrino calienta el vacío de una jornada sin Giorgio, el mayor y ya todo un hombre, que se fue para la universidad: temerario, tierno, conmovedor.
¿Quién habría dicho que su ausencia habría herido con estos pinchazos que llegan traicioneros? No sé si el dolor nace de la convicción de que ya ha levantado el vuelo y de que la vida no volverá a ser lo que era, o de la simple angustia de los años que pasan como relámpagos en una tormenta de verano. Y de la duda de no haber disfrutado de estos hijos míos, de no haberlos amado y criado como habría debido. Como habría podido.
Alessandra enseguida se ha apropiado del nuevo papel de hija única, un papel codiciado durante 16 años y ahora todo suyo, por lo menos hasta el regreso del “big brother” por vacaciones.
Sus humores se alternan entre la satisfacción de haber sometido finalmente a mami y papi, y la soledad de quien no se da cuenta de cuánto quiere a su hermano. ¿Ahora quién le explicará el latín? Más importante aún, ¿quién le prestará el móvil cuando se quede sin saldo en la tarjeta?
Oigo unos pasos que se acercan, al gato Marlon que protesta… “Mamita, ¿ves qué cariñoso es? Oye, ¿a que no te hace falta tu móvil en este preciso momento?”
Alessandra ha encontrado una solución. Y Marlon, entre sus brazos, se queda mirándome con una expresión lacónica. |